9.08.2006

¡Ay qué bello!

Y llegó el gran día, las elecciones de 1998. Antes de todo debo decir que siempre he ido a votar. En principio porque soy un tipo muy correcto. En seguncipio porque soy un culillúo sin remedio (con mi mala suerte, segurito que la retahíla aquella de las sanciones que se aplican a los abstencionistas me cae completa el día que se me ocurra no ir a votar). Pero esas elecciones tenían su saborcito además. Uno sentía que coño, por fin iba a poder echarle un buen vainón a los políticos tradicionales porque si bien cinco años antes el vainón supuestamente era que ganara Caldera, era obvio que al final iba a terminar siendo más de lo mismo.

Qué lástima que mi Reina se alió con ellos pero igualito voté por ella. No había mucha gente en la cola, de hecho no recuerdo haber hecho cola nunca antes del referéndum ese que en el 2004 nos tuvo bajo aquella luna de agosto durante 11 horas. La escuelita en la que he votado desde mis primaverales 18 años era el alegato más elocuente contra AD y Copei: la habían fundado hacía casi cuarenta años y a uno le daba paja recostarse de las paredes porque aquella vaina se podía venir abajo en cualquier momento. Los hijueputas que tenían que inyectarle rial a aquel santuario del saber, en cambio tenían unas casotas en las que podían meter al doble del alumnado de la escuelita. Y yo qué bolas, igual voté por mi Reina. Cosas glandulares dije ya.

Cuando salieron los primeros resultados Madre y yo estábamos pegaos al televisor esperando la vaina. Bueno es que yo siempre he sido muy farandulero y lo que es el Oscar, el Miss Venezuela y los boletines del CNE no me los pelo. Al fin las televisoras pusieron sus respectivas musiquitas de cuando pasan una trasmisión histórica y se anunció que ganó Chávez. Madre casi que llora.

-Yo sabía, carajo!

Y bueno, claro que sabía. A esas alturas todo el mundo sabía. Si por eso fue que AD, Copei y el resto de partidos que hoy forman el nuevo "chiripero" andaban corriendo aquellos últimos días. Entonces no sé si fue Venevisión la que trasmitió una biografía del nuevo presidente electo de la hoy ex República de Venezuela. Se veía que tenía días preparada y es lógico, es lo que hacen en los medios de comunicación cuando alguien se va a morir por ejemplo, o cuando como en este caso hay elecciones, se preparan las biografías con anticipación para que no los agarre el toro y ellos desprevenidos.

Con una musiquita full cursi hablaron de los primeros años de Chávez, pusieron fotos de la mamá (esa que ahora anda enjoyadísima y liposuccionada) y por supuesto llegaron al día del golpe y la escena famosa aquella del tanque tumbando la puerta de Miraflores, que las televisoras trasmitían como un ejemplo de lo que jamás debía volver a ocurrir pero que todos nosotros agradecíamos con el corazón y las glándulas en la mano. Entonces salió el carajo con su boina y su famoso "por ahora" que en mi opinión, me van a disculpar pero es todo un tratado de discurso histórico. Podrán decir que el carajo es un cagón y que ese día se fue de cobarde, pero yo y un montón de gente no nos atreveríamos nunca a hacer lo que ese carajo hizo y de paso dar ese discurso y calarse los meses de cárcel (que bien pudieron ser años a no ser por el Parkinsónico) y luego meterse en el problema electoral y de paso ganar la vaina. Pero bueno, salió el tipo dando su discurso de treinta segundos y Madre:

-¡Ay qué bello!

La primera aparición del carajo en público después del anuncio fue una vaina apoteósica, no se puede negar que de verdad había un gentío cifrando sus esperanzas en él. Todavía recuerdo el show de la corbata, cuando se la quitó y la lanzó al público, creo recordar también que estaban a su lado Barreto y José Vicente, ah y Marisabel que se tiraba un airecito a mi amada Irene, no me lo van a negar. Y Madre viendo la vaina decía:

-¡Ay pero mira qué bello!

Y el carajo le habló al público y no recuerdo bien, pero supongo que cantó el himno pues ese parece un candidato eterno al Latinamerican Idol. Y la gente aclamándolo y Madre en su sillón al lado mío:

-¡Ay qué bello!

Y así toda la noche y así los casi ocho años que han pasado desde entonces.

Lo confieso: nunca he sido un buen analista político. Cuando el Vitico viene y me lanza sus análisis de la realidad social y aquel mierdero, yo sólo le respondo desde mi pobre experiencia ciudadana del carajo que no ve una sola calle sin huecos ni un sólo político honesto en un millón de kilómetros a la redonda. Pero desde ese día Madre ha estado diciendo ay qué bello cada vez que Chávez se tira un peo, y yo he llegado a comprender con toda claridad cómo es la vaina. Yo voté por Irene por un peo glandular. Madre votó por Chávez por un peo glandular. Al final, lo que tenemos en este país no es otra cosa que el resultado de un carajazo de glándulas pulsantes que sólo esperan cualquier mariquera para ponerse aguaítas. Al final no somos sino un coñazo de glándulas putas.

Qué bolas, no?

9.06.2006

Irene

Mis primeros meses como hijo pródigo fueron bastante tranquilos. Si han escuchado aquella canción de la cuenta que "no da ná", donde un carajo le reclama a su mamá todo lo que ha hecho por ella y ella le tumba la insubordinación recordándole hasta la primera fiebre que le curó desvelándose toda la noche, ya saben a qué me refiero. En mi adolescencia había sido como todo chamo normal un chamo rebelde, y la rebeldía me duró más tiempo del prudente así que el reencuentro con Madre me sirvió entre otras cosas para sopesar los verdaderos valores de la vida.

Madre se desvivía por complacerme y supongo que era su forma de curar mis heridas. Cuando me levantaba en la mañana me daba un baño y me iba directo a la mesa donde sabía que ya tenía una rueda'e camión esperándome. Salía a patear la calle en busca de los tigres salvadores que me permitieran pasarle algo a Madre y resolver algunos de mis asuntos. Nunca era suficiente pero ¿a quién el dinero le ha sido suficiente alguna vez?

Todos los sábados la casa se llenaba de gente. Venían parientes que yo ni conocía. La excusa semanal era fija: el campeonato familiar de dominó, una actividad deportiva a la que la familia materna tanto como la paterna se dedicaba cada vez que podía desde tiempos inmemoriales. Ya para entonces como conté antes, Madre era chavista y ella y mi tía Charito cumplían cada semana con el ritual de encerrarse en el cuarto a comentar las últimas noticias de la contienda electoral, como ellas mismas pomposamente llamaban a la campaña.

Así aunque yo quisiera evitarlo, cada semana la casa se volvía una ensalada de dominó, cervezas y política. Yo que nunca me interesé en el último rubro me vi enfrascado en encendidas discusiones sobre la cagada que habían puesto los partidos tradicionales y la que habíamos puesto nosotros al encasquetar en la silla al anciano parkinsónico de Caldera. Pero a diferencia del resto de mis parientes quienes se dividían entre Chávez y Salas Römer, yo seguía en mis trece de que Irene era el hombre.

Un día se anunció que Irene venía al estado y el Vitico, mi pana de toda la vida y que toda la vida había estado metido en política (pero en el lado de los fracasados...), me dijo que él estaría en el camión. ¿Qué camión, chico?, le pregunté. El camión en el que Irene va a recorrer el estado pues. ¡Sacrilegio! ¿Cómo van a montar a la miss de las misses en un camión? El Vitico ponía cara de entendido y me razonaba la vaina: Irene viene de ser la alcaldesa Barbie, hay que disfrazarla de pueblo.

Disfrazado de pueblo con una cachucha (prenda que jamás en mi vida había usado por chaborra) me paré en la esquina donde el Vitico me dijo que era segurito que pasaba el camión. Había un gentío esperando y yo empezaba a contagiarme de la emoción general. De pronto se escuchó un cornetero y los carros se apartaron como el Mar Rojo. El camión venía y venía con Irene encandilando de amarillo a los mortales. Vitico venía al lado con una franela que tenía estampada la cara de la Reina y sonreía como si fuera él el candidato. No me lo podía creer cuando el camión se detuvo justo frente a mí. Aunque más correcto sería decir que el mundo se detuvo cuando el camión pasó e Irene nos regó obscenamente con su belleza infinita. Casi me meo cuando la Reina posó sus ojos sobre este pobre súbdito que ese día decidió que sí, que de verdad votaría por ella, antes de que el camión arrancara dejándonos envueltos en una nube de divino smog.

Pero como ya sabemos la vaina se jodió un poco más adelante. AD, Copei y hasta Pedroza la cagaron. La Reina se alió con aquel mierdero y aunque yo no dejaba de apoyarla así se aliara con Barrabás, el resto de los votantes no pensó lo mismo. Poco a poco la Reina pasó del primerísimo primer lugar en las encuestas al lugar que normalmente se conoce como la retaguardia de la ambulancia. Terminó ganando ya saben quién y tanto Madre como mi tía Charito y el ala chavista de la familia (que con cada día crecía y crecía) me montaron un chaleco mortífero que duró semanas.

8.23.2006

Génesis de una tragedia personal

Si alguien puede hablar de tragedias personales ese soy yo. Hubo una época negra de mi vida en la que lo perdí todo de golpe. Primero fueron las sospechas de que mi mujer me montaba cachos. Luego fue el carro, que lo choqué en una pea llorona y tuve que venderlo como chatarra prácticamente. Entonces las peas empezaron a extenderse a las horas del día y perdí mi trabajo. Empecé a vivir de matar tigres que apenas me daban para llevar algo de comida a casa y claro, una tarde encontré al amante de mi mujer tomando café en uno de los sillones que nos había regalado mi tía Charito. Para entonces ya no me quedaban tarjetas de las que agarrarme ni por supuesto dinero en el banco, pero me quedaba eso sí dignidad, mucha dignidad, pues cuando la jueza de desalojo vino a quitarme la casa, de la que debía más de un año, no lloré.

Me había quedado sin carro, sin trabajo, sin dinero y sin casa mientras mi mujer se acostaba con el tipo que terminó llevándosela también. Pero mi verdadera tragedia empezó después. El 10 de septiembre de 1998. Lo recuerdo bien porque fue el día de mi cumpleaños. Había vuelto a la casa de Madre, universalmente el sitio al que uno llega cuando todo lo demás desaparece. Era lo único que no podía perder, al menos hasta que Dios lo dispusiera. Allí en el regazo familiar conseguí por unos meses la tranquilidad que necesitaba para rehacer mi vida. Madre me dio consuelo y confianza.

Pero en la celebración de mi trigésimo cumpleaños ocurrió algo terrible. Jugábamos dominó y tomábamos cerveza, eso sí yo tomaba moderadamente porque ya le había ganado la batalla a un incipiente alcoholismo despechado. Como en toda familia normal alguien sacó el tema político, que si Irene, que si Alfaro Ucero, que si Salas Römer, que si Chávez. Yo estaba decidido a votar por Irene pero creo que era una cuestión más que nada glandular. Madre, una mujer virtuosa, alejada de los vicios, que había dejado de fumar cuando yo aún era un adolescente y que en la boda de mi hermano se desmayó con apenas dos tragos de whisky (a pesar de que era un saludable whisky mayor de edad), Madre, que levantó una familia completa después de que Padre perdiera la vida en un accidente de tránsito, Madre llegó con la cochina, se levantó de su silla y dijo solemnemente a los presentes que a partir de ese momento se declaraba, para Dios y los hombres, chavista.

Fue entonces cuando empezó mi verdadera tragedia. La tragedia más trágica de mi vida, la que voy a intentar dejar aquí por escrito para que el tiempo nunca pueda borrar los detalles. Esta es la historia de una tragedia personal. Esta es mi historia.